En esta ocasión, el artículo del blog 'Con L de Literatura' se aleja de espacios foráneos para adentrarse en una obra que habla de lo nuestro, del tipismo castellano-leonés. El libro al que aludimos es Cuentos campesinos, libro firmado por José González Torices (Pepe Torices) y que encontramos publicado en Valladolid, a través de la editorial Castilla Ediciones, en el año 1999.
Para saber más del autor –y según nos informa la publicación que empleamos- hemos de viajar a Quintanilla del Olmo y Villamayor de Campos, ambos municipios de Zamora, que ven nacer –en 1947- y crecer, respectivamente, a González Torices. Se forma en Magisterio y Filología Hispánica y, habiendo obtenido una beca de la Embajada francesa, estudia Arte Dramático en Madrid. Desde 1976 vive en Valladolid, y en 1978 funda Castilla Ediciones junto con José Antonio Rodríguez Lozano.
Ha dirigido varias colecciones para reputadas editoriales, y colabora en diversas publicaciones y proyectos de edición.
Ha sido galardonado con destacados premios literarios en diferentes modalidades: cuento, poesía, teatro y novela. También en periodismo –Francisco Javier Martín Abril-. Y ha sido merecedor, además, de la Mención de Honor (2008) en la Modalidad de Promoción a la Infancia, otorgada por la Junta de Castilla y León, y de la Espiga de Oro 2009, por la Asociación Cultural Santa Marta de Valdescorriel (Zamora). Asimismo, el Excelentísimo Ayuntamiento de Pozaldez (Valladolid) convoca anualmente el Premio Nacional de Cuentos que lleva su nombre, José González Torices.
Fue, por otra parte, fundador –en 2005- de la Asociación para el fomento de la lectura 'Leer es Crear' (de la que es presidente) así como de la revista Leer es Crear.
Algunas de sus obras son también: Cuentos y decires de la Vieja Castilla (1979), Poesía infantil (2000), Cancionero de lunas (2001), Teatro de escuela: Las uvas de Mocoloco; El ángel y el rey Gulú (2005), Mis queridos maestros y maestras: Poemas de escuela (2005), y Cuentos peregrinos (2008).
Cuentos campesinos, el libro que proponemos aquí, consta de dieciséis relatos. Estos son: 'Esperando al profeta', 'La parábola del toro del cardal', 'La soledad de Juan Diego', 'La resurrección de la carne', 'El señor de los miserables', 'Venderás a mi pueblo por un pájaro', 'La obrada de las brujas santas', 'Los dioses errantes', 'Ciudades lejanas', 'El velatorio', 'La llamada de las máquinas', 'Dejadme en paz', 'El silencio de los pájaros blancos', 'La república de los mendigos', 'El oráculo de los vencejos rojos' y 'La tía Romanza'.
Todas estas narraciones –aunque diversas temáticamente- se muestran unidas, en mayor o menor grado, por tres características esenciales que dan idea de la maestría narrativa de José González Torices: el protagonismo del paisaje –hasta convertirse, románticamente, en un personaje más de los cuentos-, la penetración caracterológica en los tipos –hombres y mujeres- rurales, y el sabio, acertado y expresivo manejo del lenguaje coloquial que emplean las gentes que conforman nuestras raíces regionales.
En 'El velatorio' y 'La tía Romanza' –que son los cuentos que vamos a tratar en estas líneas- son patentes el dibujo introspectivo de los personajes y el empleo de los giros lingüísticos propios del habla del campo en un evidente marco dramático a través de la estructura dialogada, si bien adolecen de esa presencia actancial paisajística que es seña de identidad de otros relatos.
'El velatorio' es un cuadro costumbrista. Acontece la muerte del tío Candelario, esposo de la tía Solanas. Acuden las vecinas –la tía Remedios 'Sacamuelas', la tía Renata y la tía Maga-, quienes aconsejan llamar a don Celesto, el cura, y a don Josefo, el médico. Llegan también a la casa amigos y curiosos: el tío Fréjoles, el tío Mozanco y el tío Pablete. Hacen acto de presencia don Celesto, quien pronuncia unos rezos y se encargará de la misa del entierro, y don Josefo, el cual certifica la muerte del tío Candelario. Visten a la tía Solanas de luto riguroso (y, asimismo, se viste de negro una sobrina del difunto, que se pregunta si ya no podrá ir al baile). Amortajan al muerto y se sucede el velatorio: en la cocina los hombres; en el cuarto de dormir y la sala de espera las mujeres. Surgen los cuchicheos entre las mujeres porque, según ellas, la tía Solanas llora poco. Se lo dicen, y decide llorar más. Esto pone en duda el afecto de Solanas por su marido. Por su parte, en cuanto a los hombres, el tío Mozanco tenía por buen hombre al fallecido; según alguno, su único defecto es que luchó con los rojos. Continúa el velatorio.
Narración más larga es 'La tía Romanza'. González Torices inicia el relato describiendo a la dura –casi férrea- y pasional Romanza, y contándonos sus posesiones. Tiene una hija, la Antonia, que, aunque no reconocida por él, parece ser hija de D. Narciso Montoya Pisa. Romanza no quiere que su hija se relacione con los Montoya, pero sospecha que va a casa de ellos. Es más, llega a sus oídos que la han visto con Anacleto (el 'mayorón' de la familia Montoya). Antonia asiente al ser preguntada, y le dice que le han informado, a su vez, de que Narciso Montoya es su padre. Muy enfadada, un día de madrugada, Romanza se dirige a casa de los Montoya, dispuesta a matar al Montoya padre por contarle (ella lo cree así) a su hija 'su secreto'. Nadie le hace caso y regresa a casa. Comienza a beber, y cae en estado de embriaguez. Se dirige al cuarto de Antonia, creyendo que duerme, y trata de acuchillarla, pero no hay nadie en la cama. Pregunta en el pueblo dónde está su hija: nadie lo sabe. Vuelve a casa y llora, reza, maldice. El tío Medrano le dice que la ha visto con Anacleto, de los Montoya. Va a buscarla al lugar donde le ha indicado el tío Medrano. La encuentra abandonada y magullada. Está embarazada de Anacleto, quien le había prometido matrimonio. Romanza se lleva a Antonia a casa. Será moza de ánimas. Lloran las dos mujeres. El destino que obró en la madre se ha repetido en la vida de la hija.
Los animo a leer este volumen de cuentos de José González Torices. Por dos razones: la primera, por la acusada sensibilidad en el tratamiento de los personajes; la segunda, por la estimulante expresividad. Ambas, complementariamente, son vías que reflejan, desde la literatura, la idiosincrasia castellano-leonesa, nuestra identidad. Compruébenlo ustedes mismos.