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Con zuecos y pijama

Por Marcos Pastor Galán

Cansancio profesional


Como cada año, los hospitales hacen un buen encaje de bolillos para cuadrar las vacaciones del personal. Lograr cubrir las necesidades está siendo complejo en los últimos años, fruto de las decisiones habituales de los gestores y políticos que no facilitan la fidelización del personal. De esta forma, el empleado pasa a ejecutar una conducta tipo mercadillo con el pretexto del mejor postor.

En los años de la crisis internacional, la fuga de profesionales a otros países solventó el paro generado por los recortes. Miles de sanitarios estaban en casa a la espera de una llamada mientras, los que trabajaban, hacían horas extra para cubrir sus propias libranzas. Nadie sabe si les decían que no había gente para contratar o si ni siquiera tenían constancia real de la situación.

Aquellos ?maravillosos años se perdieron derechos laborales en cuantía suficiente como para no necesitar apenas a nadie más de los que ya estaban. Recibíamos llamadas para contrataciones por días y en el mejor de los casos, por semanas sueltas, pero no acumulabas 10 días seguidos ni encomendándote al cielo en todos los idiomas existentes. De la misma forma, la penuria laboral llegó al extremo de poner en riesgo la vida de los pacientes.

Tras la pandemia por COVID-19, se puso en marcha la reposición. Los que ya trabajaban afianzaron su puesto con mejoras laborales. Y ahora, se recuperarán las famosas 35 horas que se olvidaron cuando el dinero no era una fuente. Así mismo, las unidades con más carga asistencial ven un aumento del personal que solvente las carencias más flagrantes, especialmente en el personal de enfermería. Y en este punto se debe valorar: ¿Ha sido suficiente?

La pregunta tiene una respuesta obvia: No. No porque siguen existiendo ratios de pacientes injustos, tanto para el personal como para los pacientes. Si una enfermera tiene 6 pacientes a su cargo, prestará mejor asistencia que una enfermera con 12. Y si comparamos con las unidades donde llevan 18 o los centros donde se les asignan 36, entonces se puede dar por perdida la batalla asistencial, porque se convierte la sanidad en una especie de pescadería donde despachar clientela.

Parece obvio que a menor ratio se presta mejor asistencia, más calmada para garantizar menos errores y mayor calidad. Tal como reflejó Pablo Linde para El País a principios de mes, ?el 85% de las enfermeras atiende a más pacientes de lo que cree seguro?. Sin embargo, ese porcentaje aumenta cuando se trata de un festivo o el turno de noche, como si los pacientes se encontrasen mejor discriminando días y horas.

Y cuando llega el verano, surgen las eternas dudas como quién cubrirá las vacaciones o cómo se organizará al personal para que todos tengan sus derechos. Desde los encuadres minimalistas del sector privado hasta el derroche del sistema público, existe un abanico de posibilidades, pero siempre se escogen las que no cumplen con ninguna lógica a nivel de seguridad.

En el sistema privado la conducta habitual implica menos por más, es decir, consumir pocos recursos y que abarquen más de la cuenta. Así obtenemos una rotación altísima de personal porque no ven valorar su trabajo y deciden cambiar. O lo que es peor, los que han sido retenidos, no obtienen mejoras y acaban extenuados, cometiendo fallos por las condiciones de presión a las que se ven sometidos.

Por otro lado, la conducta de lo público se basa en un efecto similar pero en otra dirección. Si saben que hace falta personal formado para una unidad concreta pero a quienes están formados y experimentados les envían a otra ubicación, ¿no es un derroche de recursos mal gestionado? ¿Puede el capricho instantáneo de las direcciones repercutir en la salud (principalmente) y el bolsillo (secundariamente) de los usuarios? Se forma personal continuamente no por renuncia del mismo sino por la mala gestión existente.

Así, la falta de estabilidad laboral deriva en burn-out hasta que la burbuja estalla. Muchas enfermeras dejan la profesión empleándose en otros sectores con similar remuneración pero sin responsabilidad sobre una vida ni cargo de conciencia por no haber prestado la atención que hubieran querido. Así se termina con la vida de dos personas, el paciente que no tiene asistencia y el profesional que repudia su profesión.