Para quienes nos adentramos en el universo de la inteligencia artificial, hace ya dos años, esta 'revolución' parece haber sido una ilusión cuidadosamente tejida por una estrategia de marketing bien ejecutada.
Han surgido herramientas como ChatGPT, Google NotebookLM o Microsoft Copilot que tienen valor y aportan utilidad, pero hasta la fecha no han cumplido con las expectativas desmedidas que se les atribuyeron. El sueño de un impacto similar al de una revolución industrial parece estar, por ahora, fuera de nuestro alcance.
La adopción real de estas tecnologías por parte de empresas no tecnológicas ha sido mínima y lenta, y no ha habido un salto significativo en la productividad económica. El valor de mercado de las empresas de IA cae, las inversiones se han ralentizado, y las expectativas de crecimiento en ingresos no han coincidido con las proyecciones. En este punto no puedo evitar preguntarme si nos vendieron una sobreestimación de sus capacidades. Y es que el marketing, para los que trabajamos en esto, sabemos que puede ser la delgada línea que separa el éxito del fracaso.
Lo cierto es que muchos de los líderes tecnológicos que impulsaron la narrativa de la 'revolución IA' no parecían realmente convencidos de que esta tecnología alcanzaría el estatus que promovieron. Sam Altman, Sundar Pichai, Mark Zuckerberg, entre otros, pregonaron a los cuatro vientos que la IA generativa transformaría la sociedad, quizá sabiendo que su verdadero valor era más moderado. Estos líderes, como buenos magos de la tecnología, lograron deslumbrar al público y crear la ilusión de una herramienta mágica capaz de resolver cualquier problema, pero que, en realidad, es tan solo una herramienta que facilita ciertos aspectos de nuestra vida y trabajo, aunque, de momento, de forma limitada. O quizá nuestra sociedad actual es tan sumamente compleja que no es fácil ni rápido conectarla con una nueva tecnología.
La narrativa de una 'revolución inminente' resulta insostenible frente a la realidad: la IA generativa es útil, pero no milagrosa, y su impacto está lejos de ser comparable al de las grandes innovaciones de la historia.
El reto radica en reajustar las expectativas hacia una utilidad real y tangible, y en ver la IA generativa como lo que es: una tecnología prometedora que necesita madurar y encontrar aplicaciones reales.
Veremos qué nos depara el futuro. Vendrán novedades, pero tendremos que valorar si son mejoras de lo ya existente o si se trata de revoluciones reales que lleven a la sociedad a un nivel superior.