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Los lunes al sol

Por El Viudo

La vaquilla


No quiero, de momento, dar ninguna información a la Guardia Civil.

Un tío carnal y su mujer pasan largas temporadas en Benidorm en un apartamento frente a la Playa de Poniente. Desde hace muchos años me dejan las llaves de la finca que tienen entre Laguna de Duero y Boecillo. No puedo dar más pistas.

Suelo ir cada semana para comprobar que el chalé está en orden, ventilo un poco, compruebo el riego y me llevo algún libro para en la terraza estar un rato disfrutando de la tranquilidad y el silencio del campo.

Hoy lunes, hace justo dos semanas, abrí la verja de la finca, llevé el coche hasta la zona de la chopera donde lo dejo siempre para protegerle del sol y al salir del vehículo...estaba ella.

No puedo explicar con palabras, que siente un hombre que lleva en una mano un pack de doce cervezas Mahou y en la otra un paquete de Marlboro y un encendedor Bic, como únicas armas de defensa.

Me quedé paralizado. A un metro de mí, sin talanqueras a las que subir, ni un mísero trapo rojo para disuadir, ni fuerza en las piernas para correr.

En ese momento una fuerza de la naturaleza se apodera de tu mente y actúa por ti.
No puedo explicar cómo lo hice, pero introduje las cervezas en la puerta trasera y con el cartoncillo rojo que las protegía fui muy ligado, muy bajo y muy despacio sometiendo a la vaquilla hasta la puerta del chalé donde se quedó en la puerta quieta y me dejó abrir la cerradura y meterme dentro.

Su actitud de respeto, respondía a la faena que yo había hecho.
Están acostumbradas a que todo el mundo corra delante de ellas, las pegan con palos, con botellas de plástico, las tiran del rabo.

Pero si es que ahora lo recuerdo y solo me faltó descalzarme para realizar la lidia.

La llamé preciosa, linda, guapa, todo muy lento...y la miraba a los ojos, nunca la perdí la cara
y el cartoncillo rojo de las cervezas la iba guiando el camino. No manseó, no humilló, no me miraba los tobillos. Era una vaquilla noble, de buena cornamenta y hechuras.

Me respetó y yo la respeté, como haré hasta que ya sea imposible mantener el secreto.

Ella sabe dónde debe descansar, qué hierbas puede comer y qué plantas de mis tíos debe respetar. Cuando corto el césped me observa desde una zona de sombra donde la pongo un caldero de agua. Cuando me pongo a ver al pucela en DAZN sabe que esas dos horas son para mí y punto.

Lógicamente de día no podemos salir de la finca, pero al anochecer hemos ido ya dos veces a coger moras, otras al río que de noche está precioso y a ver la luna.

Ese momento es mágico. Una noche de luna llena estaba a un metro de mí y se acercó muy lentamente, con el cuerno izquierdo rozó mi mejilla, tan lento que sentí de verdad una caricia.
Le dije: "No sé cómo te llamas, pero a partir de esta noche te voy a empezar a llamar Luna".

Y así se lo estoy contando a ustedes queridos lectores.

Luna sabe que trabajo de ocho a tres y el jueves horario partido.

Pero que a las cuatro ya estoy allí y el fin de semana es todo para ella.

Me han llamado tres veces mis tíos y la conversación ha sido la de todos los años, que cómo hace por allí que si mi madre está bien y que si en la finca todo en orden.

Para que voy a decir nada si hasta noviembre no vuelven.

Los animales solo quieren cariño, hasta los más bravos y yo se lo estoy dando.
A veces pienso en llamar a la Guardia Civil, pero es que encima me da por pensar que me van a detener y la van a dar un perdigonazo de esos que les deja aturdidos y a mí me llevarán a un centro psiquiátrico y perderé el puesto de trabajo.

Me he comprado en un chino un capote de esos pequeños que regalan a los niños cuando les visten de toreros en carnavales y los domingos por la mañana cuando vuelvo de misa le pego unos pases a Luna, igual que otros se van con las bicis o a jugar al padel.

Me avergüenza decirlo, pero tengo maneras. Ayer la cité desde muy lejos y la recibí de rodillas, una pasada los pitones rozando el vaquero, solo lo puede sentir el que lo ha vivido.

Con el desatascador de los fregaderos que acaba en una goma grande simulo que es la espada de estoque de las buenas y me da igual lo que piensen los lectores, pero mato muy bien.

Respeto a la gente que habla de sus perros como si fueran hijos, admiro a los que hablan de la libertad que tienen los gatos y a los que se sienten acompañados por un canario enjaulado.

Esto es otro nivel, un regalo que me ha dado la providencia, que sabe que lo que me hubiera gustado ser es torero.

Luna no es una vaquilla de pueblo, ni de encierros, ni de burladeros con mil muescas y grietas por el sol. Luna no es para los jóvenes de las peñas. Luna es para torearla en Madrid.

No la voy a abandonar ni a delatarla. Luna no es un animal cualquiera es LA VAQUILLA.