La semana pasada me pareció ver a Pedro Sánchez con el semblante algo descompuesto, será que todavía, en algún resquicio de su ser, le queda un atisbo de conciencia que le produce algo de remordimiento, pero no, no lo creo, mas bien será que no le sentó bien el último ágape celebrado en el Falcon. Pedro puede con todo, y eso que le van a poner más difícil gobernar que meter una docena de elefantes en un teatro e intentar que no machaquen las butacas. La aprobación de los dos decretos por la mínima, por el pelo de un calvo y Junts escurriéndose por los pasillos, a una persona normal le preocuparía, no es más que otro de los síntomas del calvario que va a ser la legislatura, que dure cuatro años será un milagro. Ya se lo ha advertido Turull, o traga hasta con ruedas de molino como plazas de toros, incluidos referéndum e independencia, o tararí que te vi y colorín colorado.
En pura lógica, esta legislatura debería estar condenada al fracaso y durar menos que una pompa de jabón al viento, pero quien sabe, si alguien desahuciado del partido y pillado haciendo trampas en las urnas detrás de una cortina, consiguió llegar a secretario general, tiene por fuerza que haber pactado con el diablo y puede que no solo aguante la legislatura, si no que pueda volver a gobernar en la siguiente. Parece mentira que con la que están liando, el electorado del Psoe no se resienta. Además, con un PP y un Vox a ranas, a Pedro cualquier viento le puede resultar favorable, incluso cuando no sepa a donde va, eso sí, tiene una fijación, que antes se hunda el mundo que consentir que gobierne la derecha, le da igual sotavento, barlovento, babor o estribor, el caso es que sople el viento, aunque sean Junts y Bildu los que soplen y se cobren los servicios prestados a precio de oro y llevándose por delante la dignidad de un gobierno que debería ser español, se supone que elegido aunque sea por otros españoles, que muchos votos de independentistas y filoetarras no cosecha el Psoe, claro que vende su alma por los siete votos de Puigdemont.
Uno, que es lego en derecho, siempre había pensado que la razón de ser de las leyes, su fundamento y aplicación, no era otra que evitar la injusticia, evitando los abusos del fuerte sobre el débil, y meter en cintura a los delincuentes. Sin tener ni idea de los teje manejes de la justicia y sus tecnicismos también había pensado que la justicia y el sentido común deberían apuntar en la misma dirección, sentido que, aunque muchos digan que es el menos común, a aquel a quien las neuronas no se le hayan descarriado, al menos un atisbo de él le quedará, y observando el funcionamiento, en las altas instancias, de fiscales, jueces y tribunales, en asuntos ligados a la política, solo puede llegar a una conclusión, que, la ley natural, el sentido común y los principios del derecho, pintan, en el funcionamiento cotidiano y por obra y gracia del poder político, menos que un mono en un congreso de neurocirujanos o un podemita en Sumar.
Uno se había hecho la idea de que el Tribunal Supremo, si se llama Supremo, será porque es el que más manda y que sus sentencias no las movería ni dios. Pues no, resulta que ahora hay un tribunal que unos llaman Constitucional, otros Inconstitucional, debe ser porque para los jueces que lo integran, todo entra dentro de la Constitución, y otros prostitucional, fácil imaginar por qué, si, ese de los siete a cuatro, y cuyas sentencias, emitidas a instancias del gobierno y de la fiscalía del ¿de quién depende? están cantadas.
El altísimo tribunal, que puede enmendar la plana al Supremo, y cuya existencia, existiendo el Supremo, tiene menos razón de ser y estar que un carnicero en un quirófano, ha dado la razón a Alberto Rodríguez, lo que hace que muchos, que entendemos poco de vericuetos jurídicos, lleguemos a la conclusión de que pegar a un policía es un acto constitucional. Lo de menos es que ahora Alberto pueda pedir una indemnización por la injusticia que el Supremo, según el Constitucional, cometió con él, quizá renuncie a ella, yo también lo creo, lo peor es que con la jurisprudencia creada, cualquiera pueda patear policías y que además de rentable y divertido le convierta poco menos que en un héroe, y todo porque siete jueces le han dado la razón a Alberto Rodríguez, y no creo que haya sido por su cara bonita.
De la sentencia favorable a Otegui, que decir ¡bah! ¿para qué?