Últimamente he estado sumergido en algunos proyectos que pretendo llevar a la luz próximamente, entre los que se encuentran escribir para más medios con los que difundir mi modo de ver la vida y escribir un segundo libro, lo cual quiere decir que nos estamos moviendo en la dirección adecuada, pero también que dispongo de menos tiempo para subir más artículos en este blog, pero como dice Gaudí: "Una de las cosas más bellas es el trabajo a gusto", así que mientras saque algo de tiempo para escribir unas líneas, me quedo conforme.
Hoy traigo uno de esos temas que más cuesta interiorizar, porque cuanto más tiempo pasa una persona con un sistema de creencias concreto, mayor será su resistencia a abandonarlo por otro, porque a estas alturas esto ya lo tenemos claro, ¿no? En cualquier caso volveremos a repetir que las personas no somos seres aleatorios, sino constituidos por unas creencias que nos indican qué, cuándo, dónde, cómo o con quién, y que por muy inservibles que se hayan vuelto algunas de estas creencias la mayoría las toma como parte de su esencia y ya no quieren deshacerse de ellas.
Una creencia parte de la idea básica de que algo es cierto. Si al entrar en un establecimiento la gente que haya allí nos saluda, se puede tener la idea de que las personas de ese lugar o ciudad son simpáticas, incluso agradables. Si eso mismo se repitiese varias veces, se formará entonces la creencia de que eso es así, de que no nos equivocamos. Ahora bien, imaginemos que nos hemos cruzado con algunas personas malhumoradas o que atraviesan una mala etapa y como consecuencia se encuentran desganadas, sin ánimo para sonreír o saludar, algo que a todos nos ha pasado alguna vez. ¿Cuál sería mi creencia si me niegan el saludo varias veces?, ¿y si del último par de entrevistas laborales no me hubiesen llamado, cuál sería?, ¿y si tropezase con algún escalón cada vez que salgo a la calle? No solemos darnos cuenta de lo fácil que es desarrollar creencias a través de experiencias para nada sólidas, inservibles, pero que tomamos como verdades generalizadas y ya no las cuestionamos más.
"No tenemos mayor verdad en la vida que vivirla de acuerdo a aquello que hemos decidido creer sobre ella".
Si tuviésemos que apostar por algo, sería que aquello hacia donde enfocamos nuestra atención es hacia donde nos dirigimos, y las creencias controlan nuestro enfoque. Es algo inherente al ser humano enfocarse hacia sus debilidades, hacia sus miedos, y la consecuencia es que las experiencias resultantes no se hallan a la altura de la vida que sin duda nos merecemos, dejando que el lado negativo de las cosas ahogue de forma lenta y silenciosa todas nuestras expectativas. ¿Cómo pueden salirnos bien las cosas si de partida creemos que serán complicadas o que podrían derrotarnos? La creencia de que pase lo que pase siempre encontraremos un camino hace que las cosas sean posibles, sin importar dureza o continuidad.
Un factor determinante en la paralización de creencias que nos capaciten es la renuncia a experimentar, a ver la vida pasar ante nuestros ojos y marcharse sin haberla aprendido a vivir. Pensamos tanto en las consecuencias de nuestros futuros actos que a menudo rechazamos tomar acción antes incluso de determinar con exactitud los costes de nuestra actuación. Sin ni siquiera mover un dedo y observar qué ocurre, ya nos hemos decidido, y enfocado, en que nada sucederá como nos gustaría o que el resultado proveniente de la acción traerá más pérdia que beneficio. La verdad es que nadie puede saber si algo va a ser tan bueno o malo como parece hasta que lo pruebe, hasta que sea la experiencia propia quien dictamine su valor. Entonces, ¿a qué estamos esperando para comprobarlo? Existen experiencias capaces de cambiarle la vida a una persona por sí solas, pero estas nunca proporcionarán ese cambio si no nos atrevemos a vivirlas.
Por eso hablamos tantas veces de interiorización y compromiso, para vencer la dificultad de dar los pasos adelante que tanto creemos nos conducirán al dolor y experimentar en nuestras propias carnes que la vida, si se quiere y da la oportunidad, está llena de placeres.
La mejor estrategia de crecimiento es vivenciar las cosas en primera persona, enfocarnos en aquello que queramos disfrutar y validar las situaciones conforme a su potencial, sin prejuicios de ningún tipo. Así que ahora a prácticar y a adquirir la habilidad de sacarle el jugo a todo, sin vergüenzas de ningún tipo, sin miedo.