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El mejor reflejo


En la época de los 80s y 90s, pocos entendían la palabra liderazgo, en cambio muchos entendían de forma clara las palabras cumplimiento y despido. Costó mucho tiempo hasta que emprendedores, líderes y jefes pusieran al mando en sus organizaciones el diálogo a la par que las exigencias.

    Creer que la gente es fiable ha sido y sigue siendo el marco en el que se mueven todos los componentes del éxito, porque sin confianza no hay progreso, y sin progreso no hay ingresos. Stephen Covey dice que la escasa confianza genera burocracia, y la burocracia engendra aún más desconfianza. Verás, en una organización cuesta mucho tiempo que las circunstancias cambien a menos que todos estén empujando en una sola dirección, por eso quienes tratan de dirigirla han de ponerse en un primer plano y demostrar de qué son capaces, pero no dirigiendo a personas, sino enfrentando problemas.

    La primera tarea de estas personas siempre es entender que uno solo puede llegar lejos, pero acompañado el viaje puede llevarle hasta la cima de la montaña más alta. Es el lema de "si gana uno, ganamos todos" el que pone a todos los jugadores en la mesa, el que pone su máximo esfuerzo y después reparte los beneficios, el que en su corazón anhela tanto su propia victoria como la de los demás.

    El resultado no puede ser otro, un elevado nivel de confianza y una ética personal y laboral digna de ser emulada. Ese es el reflejo. Es no eludir y sí mostrar, es dar la palabra correcta y no echar balones fuera, es saberse responsable de una posición que de verdad importa.

    Obviamente, esta conducta tiende a dar miedo a no pocos, que suficiente que han reunido el valor para enfrentarse a un cargo de semejante magnitud, porque todos los que llevan personas a su cargo son puestos de responsabilidad, como para poder admitir que el fracaso del grupo es en realidad el fracaso de uno mismo. Pero esta es la esencia del liderazgo, que no hay forma de esconder lo que uno es en realidad. Seamos lo que seamos, no importa lo buenos actores que nos creamos, la verdad saldrá a la luz.

    Pueden consultarse libros, artículos en los periódicos o hablar con las personas al cargo, pero quien niegue o prescinda de los costes que tiene en el rendimiento de una organización una mala ética de las personas al cargo, no podrá sino cosechar su propio fracaso a largo plazo. Este es uno de esos veneos perniciosos a los que nos enfrentamos, nadie se da cuenta de que es veneno hasta que ya es demasiado tarde y empiezan los despidos junto a los malos resultados.

    Si se tiene una buena ética entonces habrá diálogo y crecimiento, si no se tiene o no se valora entonces el resultado será la discordia y las pérdidas. Es lo que separa a los que avanzan desde tierra firme de quienes se pasean por la cuerda floja tratando de aparentar que saben hacia dónde se dirigen. En otros artículos hablaremos sobre el "síndrome del impostor" y lo perjudicial que puede llegar a ser.

 

"Por encima de todo, el éxito empresarial depende de dos cosas: una estrategia competitiva ganadora y una excelente ejecución organizativa". Robert Shaw

 

En realidad, de lo que se trata es de tener un líder que se atreva a llevar todo esto al terreno de juego. Por eso vuelvo a afirmar que lo que uno es termina por convertirse en lo que los demás hacen. Si el valor principal es honestidad, podrán obtenerse buenos resultados. Si el valor es la ambición se obtendrán resultados aún mejores pero con pérdidas en la cuenta de confianza. Pero si el valor es la integridad, sin fisuras, entonces uno asume el camino del crecimiento que va ligado a ella y los resultados para toda la organización se vuelven sorprendentes.

    Si no nos sale ser mejores, tenemos que forzarnos a ello o ceder la posición a quien haya decidido que todos los componentes del equipo saldrán adelante. Un líder refleja sus valores internos y estos se copian, y si estos valores son los correctos, todo el mundo sale ganando.