A lo mejor son solo cosas mías, pero tengo una sensación de que me voy a ir algún día al otro barrio sin haber conocido a alguien que haya nacido en esa ciudad.
Puede que no haya estado lo suficientemente atento a las noticias, pero es que creo que nunca he oído, por muy repartido que haya estado el premio gordo de la lotería que haya tocado en esa provincia.
Entre mis amigos, compañeros y familia estos días y todos los días de verano, Semana Santa o Navidades de mi vida, nunca escuché a nadie decir que fueran a pasar unos días con familiares a esa ciudad, ni tan siquiera de paso, ni a un camping, ni a una ruta, ni a una competición deportiva.
Cada vez los telediarios dedican más espacio a informar de las temperaturas que se han dado en toda la península y las islas.
Nunca he sabido que clima tiene esa ciudad, si es calurosa o fría, costera o mediterránea, gallega o andaluza. No existe para nadie. Nunca pasa nada.
Con todos los respetos del mundo, que no me gusta ofender a nadie, no sé si habrá allí elecciones, si tienen espacios habilitados para realizar mítines, si llegarán allí los ministros.
Me pregunto si Yolanda habrá encontrado allí compañeros para SUMAR.
Si tendrán alcalde y ayuntamiento, si hay río o plaza mayor.
Me tildarán ustedes de analfabeto, ignorante o el típico gracioso que hace una chanza por escrito con una ciudad española tan digna como cualquier otra.
Pero es que nunca pasa nada en esa ciudad o al menos yo no lo he conocido.
La mejor noticia es que no haya noticias. Por eso seguro que es una ciudad de lujo.
El milagro se produjo ayer.
En la cola de la gasolinera, la gente compraba botellas de agua, galletas de chocolate para los pasajeros de los asientos traseros, la revista de la exclusiva de Obregón y los especiales de la moda de los complementos de verano.
Pensé que era un sueño, que no me estaba pasando a mí, que sería una broma o una cámara de esas que graba las reacciones de gente inocente-inocente.
Después de escucharle, le seguí, quise comprobar cómo era el coche, si dentro había familia o viajaba solo, cómo sería la matricula, le quería parar, hablar con él, incluso pedirle un móvil?
No le vi la cara, llevaba gafas de sol, las lunas tintadas.
No supe adivinar la marca del coche.
Pero ya nunca olvidaré su voz, ni las palabras que pronunció delante de mi en la cola de la estación de servicio, a través del móvil.
"He parado ahora a coger agua y llenar el depósito, que hay bastante tráfico y así ya no paro, que quiero llegar pronto a GUADALAJARA".