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Recetas para educar

Por Juan Carlos López

Homenaje a las madres de antes


Las madres de antes eran unas heroínas. Y nadie salió a las ventanas a aplaudirlas y eso que se lo merecían. Muchas de ellas, no cursaron más que estudios primarios, a pesar de que valían para estudiar y les gustaba, pero la situación familiar requería que ayudasen en casa desde niñas. Se graduaron en la Universidad de la vida y del tiempo.

 

Muchas vivieron una post guerra y pasaron hambre. Recuerdo cuando me contaba una de estas madres que un día fue invitada a comer un cocido a una casa y el trozo de tocino que le tocó en el plato lo envolvió en un pañuelo para compartirlo con sus hijos, con la mala suerte de que al levantarse de la mesa se le cayó al suelo.

 

Renunciaron a sí mismas desde jóvenes. Nunca estrenaron ropa, la heredaban, se la hacían o la remendaban. Nunca se dieron el gusto de un pequeño capricho. Recuerdo a otra madre que contaba que solía coser para la mujer de un General y que todas las tardes le preguntaban: “Rosa, pero, ¿no te has comparado ya el misal?”, (sabían que esa era su ilusión) y tardó dos años en conseguir ahorrar para su misal.

 

Cuando se casaban, vivían en una cultura tremendamente machista. Solo tenían obligaciones con sus maridos. Si cocinaban bien, ósea, casi siempre, no recibían ni un pobre “¡qué rico está!” y no digamos un “gracias”. Era “su obligación”, todo era su “obligación”. ¡Ah! y cocinaban bien con cuatro reales, o de lo que criaban y cultivaban.

 

Pero si un día la comida no salía bien, el marido les podía preparar la mayor de las broncas, por una comida un poco salada o un poco quemada. Muchas de ellas tenían que sufrir los desprecios no solo de su marido, sino de la familia del cónyuge. No se les permitía opinar, incluso se las mandaba callar si opinaban en público: “Tú qué vas a saber de esto”.

 

El machismo que sufrían era aterrador, recuerdo cómo una de estas madres me contó que cuando dio a luz a mellizos y en la misma clínica, su marido le echó una bronca por traer dos hijos, pues antes no había ecografías para saberlo. Intento ponerme en la piel de estas madres de antes, y siento que deben tener mucha rabia acumulada, por el trato machista, y, a veces, incluso vejatorio.

 

También había algún marido, adelantado a su época, que era verdadero compañero de viaje de sus esposas y compartían juntos lo bueno y lo malo de la vida. No se conformaron con “repetir” el modelo machista y egoísta en el que habían sido educados de niños.

 

Mucha tristeza por una vida injustamente consumida, y mucho miedo de no poder decidir, por una domesticación en la obediencia. Eran obligadas a sentirse agradecidas por ser mantenidas. Cuando lo que había sucedido era que se les había impedido desarrollarse como personas.

 

Solo saben de sacrificio. Cocinaban y no se sentaban en la mesa para que los demás comiesen o comiésemos caliente. Su plato era el que menos comida tenía y no les importaba si estaba frío. Eran de hacer astillas, y de dormir con la bolsa de agua.O sea, pasaban frío. No se podían poner malas, se podían levantar con fiebre, con dolores, que ellas seguían con su día a día.

 

Su dedicación a las personas queridas, hijos, padres… era exclusiva; Es admirable la dignidad con la que vivían cualquier circunstancia, en los buenos momentos y en los menos buenos, mantenían un saber estar envidiable sin alharacas ni excesos. Lavaban a mano y eso que no había pañales,  muchas veces lavaban sin agua, sí, sin agua,  debían de ir al río con su tabla de lavar (la taja), en el agua fría, y con el balde a cuestas. Una hora en el pilón equivalía a una hora de natación a ritmo de carrera; era un trabajo tan agotador que hoy algunos médicos lo consideran la causa de algunas enfermedades. Los suelos los fregaban de rodillas, recuerdo aún el cojín que utilizaban de mi casa cuando se fregaba el suelo.

 

Eso sí, como madres, eran lo mejor. Si tenías un examen, se levantaban contigo cuando tenías que estudiar, si llegabas tarde, estaban despierta hasta oírte entrar, si estabas enfermo no se movían de tu cama hasta verte mejorar.

 

Comprensivas, sabían valorar las cosas en su justa medida. Eran madres inteligentes que, sin haber salido, tenían una visión del mundo muy amplia, probablemente por los continuos viajes a su interior. ¡Con qué austeridad vivían la vida y qué poco necesitaban para ellas! Respetaban a los demás y se lo inculcaban a sus hijos. Y frente a los avatares de la vida, eran prudentes, y relativizaban: “Tranquilos, esto pasará”.

 

¡Cómo no vamos a querer a estas madres!  El premio de estas madres de antes, eran sus hijos, y sigue siéndolo. Eran la medalla que se colgaban. (como dice la poesía de Leda Fuertes de Casanova:“Subieron al árbol de la vida y cortaron el mejor de los frutos: los hijos”). Querían para ellos lo mejor, que estudiasen ya que muchas no pudieron hacerlo, se sacrificaban incluso más para que no les faltase nada, que fuesen limpios y guapos, que estuviesen sanos, que tuviesen buenos amigos y maridos o mujeres, que fueran felices. Era como una segunda oportunidad para ellas, querían para sus hijos lo que ellas no pudieron tener.

 

Criaban muchas veces a sus hijos y a los hijos de los demás. Eran generosas. Sabían de todo sin haber hecho cursos de nada, podían coser, planchar, cocinar, ayudar a estudiar, negociar, llevar una economía familiar de subsistencia, eran expertas en moda, en peluquería para llevar a sus hijos impecables, eran verdaderas psicólogas de sus hijos, sabían escuchar.

 

En la actualidad, sus cuerpos pueden tener marcas de su sufrimiento, arrugas del dolor pasado, ojos de tristeza por una vida consumida, o impotencia de no haber sido bien tratadas. Guardan para ellas muchas cosas suyas que nadie sabe, ni sabrá, pues no quieren hacer daño. Aceptaron el papel que les tocó vivir y tienen el brillo de saber que su vida de entrega ha merecido la pena en sus hijos.

 

Estas madres de antes son ahora verdaderas súperabuelas, que tiene una bonita historia que contar. Han convertido su sufrimiento en cariño para sus nietos. Porque ya sabemos que sufrir no es bueno, pero haber sufrido sí lo es, las hace aún más humanas. Desde aquí va mi homenaje, mi agradecimiento, mi reconocimiento, y mi dolor compartido con las madres de antes.

 

Los que tuvimos la suerte de tener madres de antes, este martes y el resto de días tenemos el deber no solo de reconocerlas, sino de defenderlas ante reacciones machistas de sus maridos. No vale el “éjale, siempre ha sido así y no lo vas a cambiar”. Tenemos la obligación de poner la lupa en nuestros nietos para que vean, que, sin estas madres de antes, no habría muchas madres y padres de ahora.

 

Gracias por darnos vuestro amor a fondo perdido, sin esperar nada a cambio; nos hicisteis sentir queridos por encima de todo y eso nos ayudó a salir al mundo fuertes. Muchos somos como somos de adultos por este apoyo incondicional que nos disteis. Sabed que una madre de las de antes, acompañará de por vida a sus hijos.