Llevamos año y medio en estado de alarma, ¡año y medio! ¿De cuántos buenos recuerdos de este tiempo vamos a poder disfrutar? ¿Con cuáles experimentaremos vivir dos veces?
Temo mucho que son pocos los recuerdos positivos que han ido ocupando espacio en nuestras mochilas emocionales durante todo este tiempo. Algunos habrá, por descontado, pero resulta difícil creer que sean mayoría, afectados como estamos por la ceremonia de desinformación que sufrimos, por el descalabro económico que agota nuestros recursos, por la desvergüenza de los gobernantes que hemos elegido y que se lavan las manos de sus responsabilidades, por la irresponsabilidad de algunos grupos de personas frente a la obediencia de los otros a normas que muchas veces siquiera comprenden, inquietos por el miedo a morir.
Miro hacia atrás y me cuesta encontrar momentos buenos. Sí, quizás baste con seguir vivos, no es poca cosa, pero lo cierto es que sospecho que hemos perdido año y medio de nuestras vidas, que será aún más el tiempo que perdamos, y que no habrá modo de recuperarlo disfrutando de viejos buenos recuerdos.
Se nos han ido familiares y amigos y ni siquiera hemos podido acompañar a los dolientes, han pasado sin pena ni gloria vacaciones, cumpleaños, aniversarios de boda, hemos dejado de salir con los amigos, de tararear nuestras canciones favoritas en un concierto, de acudir al cine o al teatro, de viajar al extranjero, de acompañar a los críos al parque para que jueguen con otros niños de su edad en los columpios o a la pelota, no hemos podido saltar de una provincia a otra y hacer senderismo, no pudimos juntarnos los 15 del equipo jugar una pachanga, ni los miembros de la peña compartir un plato de cabrito asado y vino de la tierra como hacemos cada año. ¿Cuántas restricciones nos han atenazado durante este año y medio, cuántas nos restringen todavía?
Como era de esperar, mal que nos pese, los procesos de vacunación, la solución deseada, se están convirtiendo igualmente en un espectáculo dantesco, tarde, mal, entre mensajes alarmistas e instrucciones confusas. Y así hemos logrado que la mayoría de los que se vacunan salgan, tras el pinchazo, pensando más en los efectos secundarios y negativos que en el enorme efecto positivo de estar inmunizado; ni vacunados les permitimos ser felices.
Añoro las cosas que al bilbilitano Marco Valerio Marcial le hacían feliz, allá en el 98 d.C., y en busca de las cuales retornó a su Calatayud natal para vivir sus últimos años:
“Las cosas que hacen feliz la vida, son: el caudal heredado, no adquirido con fatiga; tierra al cultivo no ingrata; hogar con lumbre continua; ningún pleito, poca corte; la mente siempre tranquila; sobradas fuerzas, salud; prudencia, pero sencilla; igualdad en los amigos; mesa sin arte, exquisita; noche libre de tristezas; sin exceso en la bebida; mujer casta, alegre, y sueño que acorte la noche fría; contentarse con su suerte, sin aspirar a la dicha; finalmente, no temer ni anhelar el postrer día”.
Quizás te parezca poco, incluso anticuado y triste... pues te digo que, si esto se me garantizase, mañana mismo estaría de nuevo en mi Tierra de Pinares. ¿Acaso tú no? Cuento los días para que así sea.