Tan sólo hace unos días regresé a “la Aldea”, que así conocen sus vecinos a Aldeanueva de Ebro, una bonita localidad en La Rioja. Periódicamente lo hago. Tras residir allí a principios de los 90, no he dejado de retornar, de vez en cuando, con la excusa de comprar vino. Confieso ahora, sí, que es un pretexto, pues la razón verdadera es que acudo allí no tanto por el vino como por pasar un rato con mi buen amigo Andrés.
Y es que Andrés nos recibió, en aquellos tiempos, como nadie esperaría ser acogido por extraños y eso significó para nosotros la apertura de muchas puertas, sobre todo aquella que conduce a una mejor integración social, a la aceptación de la comunidad en su día a día, pues pronto nos invitó a participar de su vida, de sus amistades, de sus inquietudes, de su entorno laboral... Le estuve agradecido entonces y sigo estándolo hoy en día.
Pero lo que más aprecio de él, además de su sencillez y su lealtad, es su habilidad en el análisis de cualquier situación y su capacidad para enseñarme lecciones de agricultura, de economía, de vida… casi de cualquier cosa sobre la que hablemos.
No todo ha sido fácil para él, estoy seguro, pero ha sido capaz de transitar por el sendero de la vida con la cabeza alta, el ánimo elevado y las ideas claras.
Ha ayudado mucho y a muchos y, hoy en día, disfruta de una bien ganada jubilación (le envidio un poco por esto, cagüen diez) a la vez que ve crecer a sus nietos mientras sigue haciendo planes. ¡Qué tío!
Iría a verle aunque no me saliera el vino más barato, lo prometo.
Os preguntaréis por qué razón os cuento todo esto.
Pues simplemente porque me he dado cuenta de lo importante que es para mí su amistad y lo mucho que, durante esta pandemia, he echado de menos a las personas que quiero, a la familia, por descontado, pero también a los amigos más cercanos. Por suerte llega el momento de recuperar horas perdidas. Parafraseando a Cesare Pavese, de la familia, de las amistades, no se recuerdan los días, se recuerdan los momentos. Diría que se abre un tiempo nuevo en el que estrenar momentos que merecerá la pena recordar más tarde. Tenemos cenas pendientes, partidos de futbito, cumpleaños aplazados… poco a poco iremos regresando a ellos, al fin y a la postre, un buen momento es sentirse nuevamente feliz.
He pasado unos meses sin atender mi compromiso con Tribuna, al que también regreso ahora.
Confieso que estoy desentrenado, pero intentaré alcanzar la talla que esta publicación requiere.
No prometo ser equidistante, ni aseguro un tratamiento “todos-todas-todes” (tengo para mí que, si lo hago, la RAE me multa) y, en lo que Felix Ángel no me despida, aquí estaré cada quince días.
Cuidaos mucho-mucha-muche… ¡manda huevos!