circle
Reels

SpeaKers Corner

Por Andrés Miguel

Mi amigo el del MIFID y la desconexión tecnológica


¿Tú sabes lo que es la desconexión tecnológica? Más o menos, ya imagino...

 

El caso es que ingresamos a mi amigo el del Mifid en Urgencias el pasado jueves. Está en las últimas. Su mujer y sus hijas están destrozadas y no hay palabra de ánimo que les reporte ni un mínimo de paz, ni un ápice de esperanza… no le ven futuro... están a punto de desconectarle...

 

El “telele” nos ha sorprendido a todos mucho, aún a sabiendas de que tenía tendencia a somatizarlo todo, fruto de una angustia emocional no resuelta que le venía suponiendo numerosos síntomas físicos, recurrentes, que le estaban impidiendo un adecuado desarrollo personal, laboral y social.

 

Parecerá una tontería, pero ese trabajo que todos envidiábamos cuando mi amigo el del Mifid entró en el Banco es el que le está matando.

 

Como algunos sabréis, gracias a la intervención de su jefe de zona no se tiró por la ventana hace unos años y eso debería habernos hecho pensar pero, joer, aún me acuerdo cuando bromeábamos con él y le decíamos que ¡vaya trabajo bueno que había trincao, de ocho a tres y las tardes libres, calentito en su oficina y con tiempo pa´tomarse unos vinos con los clientes, además de bien pagado!… no nos lo esperábamos, la verdad.

 

Parece que la cosa no ha ido muy bien. Mi amigo el del Mifid debía sufrir una depresión de nivel 15 y no lo supimos ver.

 

Su viuda (igual me estoy adelantando, pero le he visto ahí tirado, detrás de la cristalera, en la UCI, y no creo que éste vuelva del más allá), dice que llevaba semanas muy raro, que le contaba unos cuentos imposibles, fantasiosos, que había perdido la cabeza… mascullaba en sueños que tenía clientes con 27 años, perfectamente capaces, que cobraban varias pensiones y que él, con 58 tacos, aún tendría que seguir cotizando hasta los 67 y medio y ni siquiera sabía si iba a poder recibir la suya; decía que 4 de cada 5 visitas a su mesa de trabajo eran clientes que se quejaban por algo o no querían pagar el coste de algún servicio (las tarjetas, las transferencias, las comisiones de mantenimiento…) o le amenazaban con cancelar todo si no rebajaba el precio del seguro del coche porque había una compañía que se lo hacía hasta 100€ más barato… y así un día tras otro… regateando, aguantándose las ganas de decirle a la gente que por qué no hacen lo mismo cuando van al Corte Inglés, a Zara o al Mercadona, por qué no regatean con la señora de la Caja y le dicen que en el Alimerka la docena de huevos es 40 céntimos más barata y que, o se lo rebajan o no le vuelven a ver el pelo… un día sí y otro también evitando decirle a los clientes que está harto del maltrato psíquico al que le someten a base de malas contestaciones, amenazas, todo tipo de espectáculos en el patio de operaciones, falta de educación y cajas destempladas que debe aguantar... un día sí y otro también. Por fortuna, no deben ser así todos los clientes.

 

Él es sólo un empleado de banca, no un ladrón; es una persona, no un delincuente.

 

Como cunde la fama de que los bancos son unos hijos de puta que se benefician de robar al prójimo, sus empleados han pasado a ser algo así como los antiguos bandoleros … “el Tempranillo” (éste debe ser el empleado que llega a la oficina más pronto), “el Pasos Largos” (éste es el empleado que pasó de botones a Jefe de Zona saltándose 7 pasos intermedios) o “el Vivillo” (que debe ser un director de oficina que siempre alcanza los objetivos) y no se les respeta ni lo más mínimo. La elemental educación que todo el mundo muestra cuando compra pan, unos zapatos o hace una primitiva, ni siquiera se mantiene cuando van al banco. Parece que nadie se acuerda ya de que los bancos son empresas privadas que, como todas las empresas o negocios privados, mira por sus beneficios. ¿O no hace lo mismo el bar de la esquina, la zapatería de enfrente o la panadería del barrio? ¿O no mira por sus beneficios la tienda de ropa, el que arregla bicis o el albañil del pueblo?

 

Está al cabo de la calle la plataforma en defensa de los clientes de banca en riesgo de exclusión como consecuencia de que los bancos son cada día más tecnológicos y menos presenciales. Lo que mi amigo el del Mifid defendía es que su banco estaba en su perfecto derecho de ser precisamente eso, más tecnológico y menos presencial; como negocio privado que es, puede decidir cuál es su camino, puede elegir dónde ahorrar para encarrilar su rentabilidad, dónde apostar para obtener mayores ingresos (curiosamente, hoy en día, la mayoría de los clientes prefiere no pasar ya por las oficinas y apuesta en esto, como en tantas otras cosas, por la tecnología). Se le ocurrió comentarlo en la junta de vecinos cuando uno se quejó de que el banco donde tenía los euros la Comunidad de Propietarios había reducido en horario de caja y todos los vecinos dejaron de hablarle. Así se entiende que muchos empleados de banca prefieran no decir dónde trabajan o, si no les queda otra, mentir directamente.

 

Mi amigo el del Mifid tiene, creo que ya lo he dicho, 58 tacos y, por más que se esfuerza, tampoco le pilla el hilo a las muchas transformaciones “digitales” que se producen a su alrededor. Pongo un ejemplo: ya no puede pagar el bus en efectivo (o se baja la app o paga con tarjeta), en el ambulatorio no puede concertar una cita por teléfono porque puede estar esperando 15 horas a que le cojan la llamada, así que tiene que hacerlo a través de internet, igual en la ITV, en el Teatro Carrión, en Hacienda, etc, etc… No quiero contaros el día en que pasó las de Caín porque se metió en el metro de Madrid y no era capaz de sacar el ticket en la puñetera maquinita; si se descuida, acaba en Cáceres; nadie había puesto allí por la Empresa Municipal de Transportes para ayudarle y nadie se queja de este desamparo. No es que nadie ayude mucho, la verdad, pero parece que los bancos están más obligados que cualquier otro.

 

Si alguien quiere un banco no tecnológico, en el que premie lo presencial, el horario infinito y todo tipo de buenaventuras ajenas al objetivo económico más simple (que no es otro que tener más ingresos que gastos), pues que monte un banco estatal, tipo ONG, abra una oficina en cada uno de los 8.131 pueblos de este país (para que a nadie la falte una sucursal bancaria a la puerta de su casa), lo haga en un horario bien amplio, por ejemplo de 8 de la mañana a 10 de la noche (porque siempre hay alguien que tiene que trabajar o rascarse la barriga y “jode”ir al banco y que esté cerrado), se paguen intereses del 15% y no se cobre comisión por nada… todo gratis. Si somos capaces de soltarles 53 millones de euros a una línea aérea venezolana en quiebra, con 2 aviones, porque se considera un objetivo estratégico para el país, cómo lo va a ser menos ésto, en beneficio de tantos ciudadanos… los que abogaban por crearlo llevan casi 3 años en el Gobierno y lo único de lo que se han preocupado es de enriquecerse ellos mismos. Díme que no.

 

Muchos de los grandes bancos se volverán atrás ahora y ampliarán de nuevo sus horarios de caja, por puro interés político, por pura demagogia, no por que hacerlo sea una medida relevante en lo económico, más bien al contrario, pero mi amigo el del Mifid no obtendrá ventaja alguna en ese cambio, seguirá sufriendo el mismo trato. Y si no, al tiempo.

 

Mi amigo estaba harto de escuchar que “hemos rescatado a los bancos”, cuando a quienes rescató el Estado fue, en su gran mayoría, a numerosas Cajas de Ahorro en ruina económica, dirigidas por políticos y, especialmente, a todos y cada uno de los clientes que tenían allí sus ahorros y que, sin ese rescate, no le hubieran visto el pelo ni a una moneda de 50 céntimos. ¡A tomar por saco se hubieran ido los ahorros de toda su vida, pues el Fondo de Garantía de Depósitos de entonces no garantizaba lo que garantiza ahora!

 

El párroco del hospital ha visitado esta mañana a mi amigo el del Mifid y sólo nos ha pedido 30€ por las oraciones (¡ni morirse es gratis!) y no hemos regateado ni un euro, esa debía de ser la tarifa y como tal la hemos pagado, pero por lo menos sé que, al otro barrio, se va impoluto, sin la mancha de ser empleado bancario.

 

A buen seguro que hay mucha gente que cree que exagero. Con certeza, más que esos habrá que pensarán que soy un imbécil por defender a un “banquero” antes que a sus “víctimas”, esos miles de clientes bancarizados a su pesar, inocentes de todo, pobres de ellos.

 

Y no les faltará razón, soy un imbécil; lo soy porque aún creo en el libre comercio, en la educación, en la cultura, en ayudar a los demás, en el respeto, en el esfuerzo propio y en la razón sobre la fuerza, porque creo en el progreso, en la empatía, en la solidaridad y en dar las gracias.

 

Y es que yo, que tengo ya una edad, tampoco me manejo bien con el cajero automático pero, cuando pido por favor al empleado de mi banco que me ayude, este no tarda ni un segundo en levantarse y me asiste atentamente, cosa que le agradezco una y mil veces.

 

No sé si mi amigo el del Mifid va a acabar palmándola… lo que sí sé es que sus compañeros van camino de sus mismos males.

 

Lo mismo sale de la UCI y pilla el Covid en la oficina.