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Clásico

SpeaKers Corner

Por Andrés Miguel

Despropósito


No abras los labios si no estás seguro de que lo que vas a decir es más hermoso que el silencio... (Proverbio árabe).

Es mejor permanecer callado y parecer tonto que abrir la boca y despejar la duda definitivamente... (Groucho Marx).

Te parecerá mentira, pero, pese a todo lo que, muchas veces, soy capaz de decir (y de escribir), suelo pensar si no sería mucho mejor permanecer callado. Sin embargo, resulta habitual que venzan las ganas de expresarme o, quizás, simplemente me rindo a la rutina.

Conste que pongo todo mi empeño en que aquello que traslado al papel resulte consecuente y, en cierto modo, atinado, además de ser reflejo fiel de lo que pienso (a sabiendas de que no faltarán lectores a quienes lo escrito desagrade) y si, alguna vez hago referencia a otras personas o situaciones, procuro haberlas comprobado suficientemente, si bien, en este mundo de la "post-verdad", no sabe uno a ciencia cierta si aquello que lee, incluso aquello que ve, es del todo verdad o mentira.

Si bien no considero un esfuerzo ser fiel a mis ideas, sí lo es, te lo aseguro, trasladarlas adecuadamente, envolverlas en un formato agradable de leer, comprensible, acertar en las referencias, estar al día, dar en la diana del ajustado tono humorístico cuando toca expresarse con cierta guasa, no cargar tintas apuntando visiones demasiado negativas, pesimistas, procurar atinar en los temas, no repetirse.

Soy capaz de entender, no de compartir, que muchos lectores no valoren este esfuerzo.

Sé que vivimos una era de aceleración y escaso detenimiento, una época de comodidad intelectual, cuando no pobreza y, abotargados de tanto estrés y tanto egocentrismo, raramente nos detenemos a valorar el esfuerzo de los demás salvo que lo que éstos hagan sea una proeza de gran magnitud.  De modo que, por qué iba nadie a considerar que escribir artículos de opinión exige del autor un trabajo serio, responsable, planificado, permanente, por qué iba nadie a valorar que tras la palabra escrita puede encontrarse sentimiento, equidad, preparación, conocimiento, chispa e, incluso, cierta valentía. Ni se me ocurre pensar que todos estos adjetivos adornen mi caso, aún no desvarío, mas, en los artículos y colaboraciones que yo leo percibo la existencia de buena parte de las cualidades que acabo de mencionar en sus autores, me guste o no lo que ellos digan. Este es el quid.

Sería erróneo minusvalorar el trabajo de alguien por el mero hecho de que no se ajuste a mi modo de pensar, de ver, de hacer las cosas, calificarlo a bote pronto, sin filtro, sin la pausa que requiere un análisis honesto, imparcial, equilibrado. No obstante, lo hacemos, mucho o poco, todos, alejándonos de las reglas más elementales de aquello que, tiempo atrás, se conocía como cortesía y que no eran otras que "alabar lo bueno de los otros, suprimir los reproches, dar importancia a los demás y prestarles atención" (Hermann Keyserling).

No pretendo volver atrás en el tiempo respecto del modo en que nos relacionamos los humanos. Sería poco razonable aparte de imposible. Inútil. Tiempo atrás, en la "era de la cortesía", si es que esta existió un día, también había personas desconsideradas, groseras, taimadas, bichos con mala baba...

En nuestro tiempo hay demasiada gente detrás de las pancartas de la intolerancia y, atemorizados por estos, hay otra mucha oculta tras las barreras de la resignación, la invisibilidad y el desistimiento porque, como una vez dijo Ionesco, "pensar contra la corriente del tiempo es heroico; decirlo, una locura".

Quizás por eso no me atrevo a decirte, amigo, que lo que tú haces es un despropósito.