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Las malas compañías

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Las malas compañías
EFE
Diego Jalón Barroso
Diego Jalón Barroso
Lectura estimada: 4 min.

Solo quedan horas, pero todavía pueden pasar cosas. El domingo, el nombre de Pedro Sánchez no figurará en ninguna papeleta, pero sí estará en muchas de ellas el puño y la rosa, el logo de este partido socialista, antaño socialdemócrata y con visión de Estado y hoy vaciado y relleno de serrín por su secretario general, que lo cazó y lo disecó para fijarlo en una mueca "pedrificada", tras aquellas primarias de 2017. El animal se había revuelto un año antes contra el gran líder que intentó llenar de papeletas la urna tras las cortinas, todo un preludio del lío melillense-mojaquero, y lo sacó a zarpazos de Ferraz.

Pero Pedro volvió con la escopeta cargada y dejó el partido como un solar, un lienzo en blanco, un objeto de taxidermia en el que diseñar, ya sin ninguna resistencia, esa despreciable estrategia que le llevó al confortable colchón de palacio en el que duerme a pierna suelta con Podemos, ERC y Bildu.

Estas elecciones deberían ser municipales y autonómicas, pero han sido Sánchez y sus asesores quienes se han empeñado en convertirlas en un plebiscito sobre su persona. Ha querido, como el Rey en la obra de Lope, convertirse en el mejor alcalde, para desgracia de los regidores y barones socialistas, a los que apenas hemos podido escuchar hablar de lo suyo por el ruido atronador de la fanfarria desplegada por Moncloa.

La tentación de votar contra Sánchez es grande. Hay ganas. Hay muchas ganas entre una importante parte del electorado, el domingo por la noche sabremos cuánta exactamente, de estamparle con la papeleta una bofetada en esa cara tan guapa de cemento armado. Muchos preferirán olvidarse de los marrones de sus regiones, de sus ciudades y sus pueblos con tal de que el marrón de Sánchez desaparezca de sus vidas. Ser anti algo no está normalmente bien visto en estos tiempos, pero gran parte de la población tiene muy claro que sacar a Sánchez del Gobierno y de la vida política será una acción enormemente beneficiosa, porque nuestras vidas dependen de la gestión autonómica y municipal, pero sobre todo del Gobierno.

Las papeletas queman en los bolsillos y hay sed de urnas. El antisanchismo, un movimiento que por cierto nació en el propio PSOE, cuando el partido todavía era una organización viva, es tendencia. No hay más que ver cómo el presidente celebra sus mítines en recintos cerrados y acotados, con estricta reserva del derecho de admisión, previa presentación del DNI y el carné de afiliado. La sombra del "que te vote chapote" es alargada. Y la fuerza de esta pulsión debe ser grande, cuando hasta algunos ilustres socialistas como Lambán o Page intentan sumarse al movimiento para evitar daños mayores.

"Guárdate mucho Juanito de las malas compañías", le advertía a Joan Manuel Serrat su santa madre. Pero él no hacía mucho caso, como tampoco lo ha hecho Sánchez cuando se lo recordaba Rubalcaba. Y claro, lo de juntarse con atorrantes, sinvergüenzas, desahogados y malhechores se acaba pagando. Sánchez empezó muy ufano esta campaña en la que ha querido asumir todo el protagonismo. Pero enseguida la cosa se le fue de las manos.

Primero Bolaños intentando colarse en las celebraciones de Ayuso. Después Biden que le mandó al parking de la Casa Blanca a comparecer ante la prensa. Luego viviendas y más viviendas, el milagro de los panes y los pisos. Y más tarde una cabalgata de anuncios inconexos, interrail, cine a dos euros, inversiones millonarias en atención primaria, salud mental, lucha contra la sequía o ayudas al campo, vomitadas con tal rapidez que se anulaban unas a otras. Hasta que llegaron sus amigos y colocaron a siete asesinos en las listas. Y por fin llegó lo de Melilla y esa coalición islamista y mafiosa con la que gobierna el PSOE y un tránsfuga de Ciudadanos. Y que, además, parece estar a las órdenes de ese Gobierno marroquí del que tan amigo se ha hecho Sánchez sin explicarnos por qué.

El presidente, que se atrevió en un rapto de valor a calificar de "indecentes" las candidaturas etarras, no ha sido capaz todavía de pedir explicaciones a ese rey Mohamed para el que Melilla es una "ciudad ocupada". Y por si todo esto fuera poco, Mojácar y el "olfato" de Bolaños, al que en su visita al bello pueblo almeriense todo le olía a victoria. Las sospechas se extienden por España, donde crece el voto por correo, en algunas provincias de forma inusitada, como ese aumento del 188% en Huelva o del 61% en Sevilla.

Esta es, de momento, la guinda de una campaña para olvidar, pero de aquí al domingo como decía al principio, todavía pueden pasar cosas. Todo puede ocurrir cuando uno decide juntarse con lo peor de cada casa. Y más aún cuando forma con ellos un bloque al que ata su destino político y se convierte en su rehén. Por eso muchos votantes socialistas se preguntan si deben votar a un partido que, inducido por sus malas compañías, ha aprobado la ley del sí es sí, la ley trans, la de memoria histórica que eleva a los etarras a categoría de héroes de la democracia, que ha indultado a los independentistas, suprimido el delito de sedición o modificado a la carta la malversación.

El que vota al actual PSOE debe saber que su voto será utilizado por otros, con cuyas ideas no comulga, pero que son necesarios e imprescindibles para continuar gobernando, porque Sánchez ha decidido formar con ellos un bloque, tiene que tragar con todos sus caprichos y no puede pactar nada con otros partidos, de los que incluso tiene que renegar cuando le apoyan para reformar una ley que no es solo un desastre, sino una tragedia para muchas mujeres violadas o abusadas. Cientos, oleadas.

Hoy parece evidente que el PSOE se equivocó en 2017 designando a Sánchez como secretario general. Y que Sánchez no se equivocó, sino que eligió, conscientemente, a sus malas compañías para conseguir los apoyos necesarios para su moción de censura. Y no quiso luego pactar con Ciudadanos, "con Rivera no", porque decidió, mintiendo a sus electores, juntarse con Podemos, con ERC y con Bildu para situarlos como socios preferentes en la dirección del Estado.

Lo del domingo son unas elecciones municipales y autonómicas, pero son, sobre todo un plebiscito del sanchismo, porque así lo ha querido el presidente, más preocupado de su protagonismo y de su campaña de diciembre que de la suerte de sus peones, siempre sacrificables. Sería muy saludable para nuestra democracia que, como ocurrió en 2011 con Zapatero, estos comicios sean el principio de un cambio. Y que seamos conscientes no solo de a quiénes votamos sino también de quiénes no queremos que nos gobiernen sin haberles votado. Hay que fijarse en los candidatos, pero también en cuáles son sus compañías.

3 Comentarios

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josé m. martín m. 5/26/2023 - 10:08:37 AM
Lo de las malas compañías es por vox ?
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usuario anonimo 5/26/2023 - 9:56:01 AM
Un articulo muy objetivo, nada demagogo y tendencioso. Es un placer leer esas líneas que hablan de lo que se ha hecho en nuestra ciudad los últimos ocho años. Ha quedado claro que debemos de echar a Sánchez como sea, lo de nuestras ciudad y provincia es secundario. Que disfrute usted de la jornada del domingo. Seguro que será así.
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usuario anonimo 5/26/2023 - 1:47:12 AM
Se te ve el plumero... El dinero domina los medios. Artículo sesgado.. Era muy bueno Rajoy.. Con el partido más corrupto de Europa.. En fin tú te retratas.
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